Ya va llegando la navidad y comienza la época de las cenas. Cenas con compañeros de trabajo, con compañeros del instituto o de la universidad o con viejos amigos del barrio. Me voy a centrar en estas tres últimas. Esas cenas que parecen que intentan rescatar un pedacito de tu pasado y traerlo al presente.
Yo tengo que reconocer que, uno de mis mejores momentos del año, es el día de la cena con mis antiguos amigos del barrio. Somos gente que nos conocemos desde que teníamos 5 o 6 años y que, pasados los cuarenta, seguimos quedando. He de reconocer que cada vez es más difícil porque, conforme nos hacemos mayores, la vida se va llenando de compromisos y nos quedan pocos huecos para este tipo de cosas.
En estas cenas, siempre empezamos hablando del presente, de cómo nos va la vida, de los hijos y de los problemas comunes. Conforme va pasando la velada, nos vamos relajando, nos vamos dejando llevar y comenzamos comentar anécdotas del pasado. Y con el paso de la noche, el que era un cachondo, vuelve a serlo y el que era un ligón vuelve a ser él y todos nos transformamos y, por unas horas, vuelves a sentirte joven y estas ahí, con tus amigos de toda la vida, como si no hubiera pasado el tiempo. Y te olvidas de los problemas, de los hijos y de la pareja. Y el pasado se vuelve presente. Y el futuro, un misterio. Y no quieres que nunca acabe porque tus problemas desaparecen y vuelves a ser tu mejor tú.
Pero la noche se acaba y la realidad vuelve. Bueno, habrá que esperar al año que viene, para volver a viajar al pasado.
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